NOTAS
SOBRE: “VIAJE A LA NADA”. ELSA LÓPEZ.
La
trayectoria poética de Elsa López, desde su primera publicación: “El viento
y las adelfas” 1973, hasta este “Viaje a la nada” que hoy reseñamos, la
avala como una de las grandes voces de la poesía española contemporánea.
Elsa
López tiene esa capacidad que distingue a los grandes poetas de hacer que la
experiencia individual, la emoción recobrada y elaborada, pueda ser sentida por
nosotros, los lectores, asociándola a nuestras propias vivencias.
En
su poema: Poética, escrito en 1993, podemos leer:
Cuando el poeta escribe algo suyo se
abre, se diluye,
se extiende por las grietas más hondas
de la carne,
se condena a la cárcel del otro y su
costumbre
y en él se hace memoria…
No resultará sorprendente, por tanto, que al adentrarnos en la lectura
de “Viaje a la nada”, nos sintamos
aludidos por el sentimiento de pesadumbre y devastación que se nos trasmite.
Un viaje por países nórdicos cercanos al polo norte, realizado hace
unos cuantos años, se convierte en la crónica de un viaje hacia las gélidas
zonas interiores de la desolación y la nada, a través de poemas muy breves,
jalonados por otros en prosa que van matizando, precisando, acotando aspectos
complementarios pero no menos relevantes de ese periplo.
Una reflexión poética descarnada en la que el helor, esa sensación que
embota la mente y dificulta el riego sanguíneo, es combatido a través de la
palabra poética, única posibilidad de sobrevivir en un contexto que empuja a la
paralización y al silencio.
El frío que se interpone como una barrera que imposibilita el ser y nos
condena a la disolución. La constatación de un paisaje ante el que la única
defensa es la de la escritura, el testimonio, la sonoridad de la palabra
poética. Para dar fe, dejar constancia, e intentar sobrevivir, a través de ella, antes
de quedar disueltos, despersonalizados e inermes en las inefables galerías de la
nada.
Ya los primeros versos provocan una cierta una cierta
desazón. Como si la propia voluntad nos hubiera sido usurpada y quedáramos
expuestos a una voluntad ajena, suspendidos en el aire, abocados a un
inconcreto inquietante destino:
Sobre mis hombros colocaron dos alas de
metal.
Dos alas de metal blanco.
Comienza el viaje hacia las
heladas islas del norte. Comienza también la sucesión de expresiones que
aluden al desamparo, a la pérdida de referentes, al límite traspasado en el que
ya nos es factible distinguir entre lo exterior y lo interior. Blanca sábana, cuerpo triste, aire triste,
la nieve cubre al mundo… Recreación de imágenes recurrentes que van
jalonando todo el poemario. Un espejo que nos descubre y nos sorprende:
Al pasar por delante del espejo
se vio de perfil, caídos los pechos,
la barriga hinchada, la cara
enrojecida…
Y se odió a sí misma. O no.
No lo supo muy bien.
Proceso de despersonalización proyectado en el deambular de los transeúntes
por los aeropuertos. Uniformizados, como autómatas que no saben muy bien adónde van ni para qué:
Solo un niño sobre el pecho de lana
de una madre recién nacida,
otea el horizonte
buscando el resplandor de la mañana.
Anotaciones precisas, día, lugar, hora, como el capitán del barco que
escribe en su cuaderno de bitácora la
crónica de los aconteceres cotidianos, para dejar constancia, evidencias,
pruebas de algo que fue.
No hay concesiones, ni respiro, ni recursos retóricos, ni alardes
innecesarios, ni efectos dramáticos impostados. Un lenguaje desnudo, un ritmo
acompasado, un tono que apenas se modifica a lo largo del poemario:
Así es la muerte.
Así de quieta y fría.
Así de silenciosa…
Así la eternidad
sin el menor vestigio de la vida…
Solo un pájaro negro
atraviesa de golpe la ventana.
Y al final del poema la siguiente anotación:
Sábado 18 de febrero. 7,30 de la mañana
El blanco de la nieve que se impone, que hiere, que nos absorbe y nos
empuja hasta las orillas de la nada.
Un viaje en barco percibido como si se estuviera cruzando la laguna
Estigía hacia las puertas del Hades. Hacia los propios infiernos interiores, la
propia desolación, la propia sensación
de vacío, la nada:
Sin un alma…
Atrás dejamos Kirkenes,
la ciudad más al norte del desierto de
Europa...
Es el final del mundo, dice alguien a tu
espalda.
Ya no hay nada más. Pienso. Aquí
acaba todo lo que uno conoce…
Imágenes descarnadas y al tiempo salvajemente hermosas: Tanta luz para nadie, el bullir de las
plumas de un ángel desplumado, un mapa de los cuerpos sobre el agua…
Se inicia el retorno, se reemprende el camino de vuelta, cambia el
paisaje:
La nada se desvanece,
forma claros en la lejanía
y, poco a poco,
se transforma
en negras extensiones de abedules…
Falsa presunción. No hay
descanso, el sentimiento de vacío nos puede, el tedio, la náusea. Se ralentiza
el ritmo, los versos se van encabalgando para acercarnos a la esencia del hecho
al descubierto. Encararlo y acaso también conjurarlo. Salvarnos por la palabra,
de la misma manera que nuestros
fantasmas interiores huyen al verbalizarlos.
La nada es el cansancio, la negación del
mundo,
despojar a las cosas de pesados ropajes
y verlas, ya desnudas, delante de los
ojos…
Y, ya a la vuelta, ya en un paisaje más familiar, ya en tierra amiga,
el sentimiento persiste, el paisaje está en nuestro interior, ese destello de
lucidez que nos evita engañar y engañarnos. Sobriamente, una constatación:
…Y detrás la nada.
Y después de la nada, nada.
Solo el silencio que llevamos dentro.
Y una vez más la anotación precisa al final del poema:
Isla de la Palma, diciembre 2014.
Isla de La Palma, 2014. Hago aquí un breve inciso porque me parece
significativo.
Resulta cuanto menos sorprendente recordar aquí el primer poema de ese
primer libro de Elsa: “El viento y las adelfas”, 1973. Citaré los primeros
versos:
Cuando el viento estremece las ramas de
las acacias
y siento que ya es otro tiempo,
y abro en las esquinas la puerta de la
sombra
y mi pecho se inunda de bruma,
y recuerdo que hay entre encinas
lúgubres
los primeros restos de escarcha,
yo vuelvo a La Palma…
Como si muchos años después, esa premonición, esa declaración casi
profética, inexorablemente se cumpliera. Más que una isla, más que un espacio físico
acotado por el mar.
El viaje interior continúa; “nos queda la palabra”. La palabra de Elsa
López, su sensibilidad poética, su capacidad para hacernos cómplices de esta
aventura, su indagación en las zonas gélidas que nos conforman.
Retomo aquí algunos versos de su poema: Poética, anteriormente citado:
Es una muerte dulce.
El eterno retorno de lo que alguna vez
ha sido
y ahora crece de nuevo en el lenguaje
ajeno.
Se hace múltiple y vario, cambiante,
tornadizo.
La mirada del otro lo sumerge en las
aguas
oscuras de la noche.
Lo toman, lo poseen, lo incluyen en su
nada
y allí se hace de nuevo inútilmente
humano.
No extrañará que recomiende
realizar este apasionante Viaje a la nada. No exento de los rigores del frío, pero tampoco de la lucidez, la
sensibilidad, el oficio y el talento de Elsa López.