LA CALIGRAFÍA DE LOS ISÓPODOS
AUTORA: EVELYN DE LEZCANO.
EDITORIAL: HUERGA&FIERRO.
MADRID, 2017.
EL RECORRIDO POÉTICO DE LA
MEMORIA
Bellísimas y potentes imágenes, percepciones
que se entremezclan y tiempos que se entrecruzan borrando las rígidas barreras
de pasado presente y futuro.
Un marcado sentido simbolista en
el que lo tangible es sustituido por lo que se intuye, lo que se siente y se
plasma a través de asociaciones en las que prima lo irracional y metafísico. Una
aproximación a la esencia poética a través de la intuición y el instinto.
Fluye la palabra poética como un
torrente nacido del mundo de los sueños, creando símbolos que se
interrelacionan y dan lugar a realidades distintas a las observables a simple
vista. Lo misterioso y lo místico laten en las expresiones generando una visión
holística del ser y su entorno.
Se crea así “un tiempo neutral”
en el que ausentes y presentes interactúan, dialogan y son evocados e invocados
a través de versículos que en muchas ocasiones devienen prosa poética.
Un comienzo con claras alusiones
musicales: diapasón, ritmo, compás, adagio. Un ritmo que deriva hacia la
oscuridad, hacia las sombras…
¿Sigues
el ritmo?/Se estira oscuro, se redondea más oscuro/el ritmo entre las hojas,…
y nos conduce al mundo de los
isópodos:
al cobijo de un arbusto/al ritmo del silencio/al lugar de los isópodos.
Un largo poema escrito en
fragmentos con dos poemas finales: Dos
poemas de agua, que mantienen el tono general aunque se percibe un cierto
remanso, una cierta paz reflejada a través de imágenes sumamente originales y poderosas.
El yo poético late en estado
elíptico. Es una de las características
de Evelyn de Lezcano: se distancia para que la emoción no le pueda ni
quede mediatizada por un énfasis excesivo que obstaculice el propósito
esencial: crear, hacer arte, sentir pensando. Que el pulso lata, pero que no se
nos anegue el corazón porque eso nos llevaría a traspasar la frontera que
separa a la poesía de la anécdota, de la enumeración autobiográfica más cerca
de un libro de memorias que del arte. Esa tensión, ese batalla para que la
visión trascienda el momento, la coyuntura.
Asistimos a la evocación e
invocación de paisajes interiores y exteriores, de ausentes y presentes, para
reconstruir y reconstruirnos. La búsqueda de un tiempo perdido que culmina con
un tiempo recobrado. Recobrado y recreado.
Así, como se recobran los
tiempos. El recuerdo de los recuerdos, esas huellas que, indelebles, se graban
en la memoria con esa caligrafía especial de los isópodos:
Ya te dije que no lo ibas a encontrar/que no surgirá de tu nada/mas que
el gesto que perdiste/que tu dedo alzado solamente/difumina el borrón de las
sombras. Pero sigues buscando,…
Se evoca y convoca. Asideros
imprescindibles que nos posibilitan seguir el rastro de lo que fuimos y finalmente somos:
Siempre, siempre a un paso de la espiral/se reencuentran los instantes.
Reconstruirnos y reconstruir
también a los otros. Esa apasionante y, a veces, dolorosa aventura por nuestros
mares interiores que necesitamos recomponer para rememorar tactos, olores,
sabores, voces, rostros, paisajes. Y en esa rememoración nos encontramos, nos
celebramos en y con los otros.
¿Qué recordará/cada vez que el cuerpo despierta la piel de futuro/ajada
de sol y nieve?
Aventura no exenta de peligros, de
encrucijadas, del imprevisto resurgir de las heridas que nunca terminan de
cicatrizar. Pero aventura necesaria para no atomizarnos, para no perder las
referencias, para no ser abducidos por esta realidad líquida que nos hace
acríticos y nos cosifica. Para seguir creando, para ver y dar a ver, para
generar conocimiento: el que nos procura la propia poesía.
También para tratar
de encontrar un sentido, un cauce, un origen que nos “explique” y nos
justifique.
La poesía de Evelyn De Lezcano es poderosa, sugerente, evocadora, original. No es baladí este último calificativo. La originalidad es algo que se aprecia y agradece en tiempos en los que se imponen tendencias, modas, estilos, cánones. Evelyn De Lezcano habla, cada vez más y cada vez mejor, con voz propia. No es poca cosa eso. Tal vez porque de niña tuvo el privilegio de aprender “la caligrafía de los isópodos”. Y en la madurez, la sensibilidad de no olvidarla.
José Miguel Junco.