No es una característica
exclusiva de las islas, pero en ellas resulta sobrecogedor. El oleaje hace que la visión de un barco de repente
desaparezca, o el perfil de otra isla deje de dibujarse en el horizonte. A
veces, por efecto de la calima, dejamos de ver una montaña y, a veces, cuando
el día rompe, el contraste de la luz nos deja ver a lo lejos formas que semejan
los árboles de un bosque. De ese sentimiento de provisionalidad nace este
poema.
ATLÁNTICOS
Abrí otra vez los ojos, ya no
estábamos,
isleños otra vez, desatendidos,
al límite el agua.
Abrí otra vez los ojos, me
deslumbró la luz,
de manos para arriba,
casi mudos.
Abrí otra vez los ojos, fue de
pena,
salitre en tu cabello
lapislázuli,
incierta la expresión.
Abrí otra vez los ojos, cuánta
nieve,
qué de blanco el lugar,
qué de visiones.
Abrí otra vez los ojos,
por un momento te me hiciste
niebla,
por un momento te desvaneciste.
Abrí otra vez los ojos,
otra vez, por probar, abrí los
ojos,
te juro que no estábamos.
Y quise abrir los ojos y bogaban,
mar afuera y adentro
y se perdían.