CARTA A JULIA DE BURGOS.
Estimada señora:
Usted no me conoce,
usted está ya muy lejos,
seguro que allí hay pájaros.
Decirle que me admira su verbo y su bravura,
el modo en que se rompe y luego se revive,
su esencia de raíz.
No vaya usted a pensar que yo soy un espíritu,
ni crea por un momento que busco aprovecharme
del brillo de sus ojos.
Usted, no me lo niegue, fue el gran amor de un río
y yo, no sé explicarlo, presentí que volvía
de nuevo a los orígenes.
Lo sé porque conozco sus versos de memoria
y tiene usted ese don que poca gente tiene
de hacer diana en el pecho.
También sé de la furia al verse disecada
y de la multitudes que van por esas calles
con un tea en la mano.
Me duele imaginarla cayéndose sin nombre,
ni brazo al que agarrarse, en otras latitudes
con un rictus de asombro.
Que sepa que en mis islas no desembocan ríos,
por eso algunas noches cuando arrecia la lluvia
cojo prestado el suyo.
Estimada señora:
perdone mi osadía,
no quise contenerme.
O más bien que no pude.