ALGUNOS POEMAS DE “LA MUJER DE LAVA”. EDICIONES LA DISCRETA,
2016.
REVERSIBLE
Tener conciencia diáfana
de estar al fin cayendo
como una hoja de otoño.
Tener la convicción
de la derrota
ineludible.
Después alzar los brazos
para horadar las nubes
que opacan las estrellas.
De modo que al caer
el cuerpo adopte
la postura tenaz del combatiente.
Que el último suspiro
sea un suspiro a la altura
del ser inconformista.
SENSACIONES
En la lenta e imperceptible
ondulación de los ojos
hay un atisbo de luz.
Tal vez sea que nació un río
y una imprecisa corriente
lo reflejó en la pupila.
O la nostalgia que brota
en la quietud de la noche
y el cuerpo se nos sacude.
O que entre el ser y el no ser
se intuye el verdor de un valle
y se afloja la mirada.
Tal vez, curioso atributo,
de tanta fragilidad
nos volvemos más osados.
O que en ignotas regiones
hace acopio el corazón
de sangres y emprende el vuelo.
No es en los ojos, no es en la mirada
ni en el iris acuoso o la pupila
donde el afán del caracol reluce.
Sino en el peso enorme de los párpados
que arrastra lentamente
anónimo en la tierra.
No es en el corazón
ni en el collar nervioso
ni en la boca.
Sino en la elongación cuando el arrastre
se vuelve una tortura
y sigue, sigue, sigue.
Querer ir más allá de lo posible,
elongación del brazo
en las tinieblas.
Y ser un poco más de lo que somos,
un poco apenas más,
esa distancia.
Que la última memoria que nos quede
lleve impresa en el gesto
la vana extenuación.
Hijos ya de lo oscuro
hacer que en las orillas se insinúe
la íntima dignidad
de las cenizas.
¿A qué recuerdo o acaso a qué nostalgia
te habría gustado parecerte mucho?
¿Al vuelo de qué pájaro, a qué río?
¿A qué color del mar cuando se mece?
¿A qué estación, a qué sacudimiento?
Y puestos a elegir, ¿a qué quimera?
¿Qué puente cruzarías en la noche
para abrazarte a quién en la otra orilla?
Que sepas que te eximo de todo lo acordado.
Te eximo de tenerte que andar con mis cenizas,
te eximo de llevarme por siempre en la memoria,
te eximo de quererme más allá de los tiempos.
También de la promesa de no marcharte nunca,
de no sentir por nadie lo que por mí sentiste,
de tener que aprenderte tantísimos poemas.
Pero me gustaría que cuando arrecie el frío,
si ocurre que una tarde el mar llega a tus ojos,
me busques en el rítmico vaivén del oleaje
y digas sin pensarlo: "¡qué bien, ya te
extrañaba!"
Me voy de tu memoria
no vaya a ser que un día
de un modo sorprendente
no pueda abrir los ojos.
Me voy para salvarme
de una muerte segura
en esos falsos cruces
que toman los olvidos.
Me voy porque el crepúsculo
empieza a desdecirse
y cuando se desdice
seguro que se apaga.
Me voy para que el tiempo
mantenga las opciones
de en una tarde gélida
volver a cobijarnos.
REPERCUSIÓN
Justo cuando iba a escribir
tu nombre a favor del viento
vimos seres que caían
bajo una lluvia infernal
próximos a la frontera.
Y el alhelí se murió
y se cerraron las bocas
y amparados en la noche
de pura rabia lloramos.
Justo cuando iba a escribir
tu nombre a favor del viento.
Como los restos de un naufragio
por una mar sin alma,
como la cara de asombro del conserje
de la biblioteca de Alejandría
durante el incendio,
como la primera lluvia de meteoritos
en una noche ruin de un invierno irascible,
como los sorprendidos transeúntes
en la ciudad de Pompeya,
como el desfile hacia los crematorios
de las víctimas de la barbarie
y el desfile a ningún sitio
de los niños acribillados
por los descendientes
de las víctimas de la barbarie,
como mis paisanos cruzando montes
en la desolación de la derrota.
Así tu ausencia.
En la disolución,
en ese trance anónimo,
también habrá memoria
y el llanto impredecible
y el miedo y la alegría.
Todo lo que de humano
nos cupo en la aventura
de haber sido.
No un simple acontecer
en el receso fatal de la materia.
Pisaban, pisaban, pisaban,
incluso sin pisarnos nos pisaban,
como un decreto, así, de arriba abajo.
Las flores de los campos las pisaban,
pisaban cualquier signo de alegría.
Pisaban por pisar.
Los surcos los pisaban,
pisaban el afán de andar erguidos,
pisaban ese gesto.
El aire lo pisaban,
pisaban respirar desde lo hondo,
pisaban los pulmones.
Pisaban las ideas, las manos,
el ademán, la frente,
hasta la boca.
Incluso sin pisarnos nos pisaban,
como un botín de guerra.
Pisaban por pisar.