POESIA Y LIBERTAD* (FRAGMENTO)
CESARE PAVESE
El pionero y el epígono: el
primero inventa, comprende y sigue adelante; el segundo, impulsado por la
evidente y ambigua fascinación de la tierra desconocida hasta ayer, vuelve a
ella y se detiene, construye su casita, planta los árboles frutales y, guarda
sus provisiones.
A veces se queda allí toda la
vida, rodeado del respeto y el aplauso de los demás, sin darse cuenta de que a
sus provisiones les falta el gusto de la tierra, del agua y del cielo. Es un
literato. Casi siempre lo sabe y se enorgullece de ello. Es mejor así, por otra
parte, que se desesperase de sí mismo; el literato que desespera de sí, es
decir, que empieza a lamentarse, no se convierte en poeta, sino en un literato
peor de lo que era.
El poeta —decimos— inventa, comprende
y sigue adelante. Pero ni siquiera él puede tomar las cosas en broma. A cada
paso de su trabajo, de su conquista, lo espera el peligro de la Capua literaria.
Uno siempre puede hacerse epígono de sí mismo:
ceder a la tentación de detenerse más de lo debido, para explorar la región ya
conocida y conquistada. Y lo trágico es esto: que mientras a un literato no le
hace falta ser más que literato, un poeta debe ser también literato (es decir
culto, según su tiempo) y dominar con mano segura este enredo de costumbres y complacencias
que es su literatura. Su camino es el que siguen las almas sobre el puente del
Paraíso: un filo de navaja, o si se quiere, una baba del diablo.