FRAGMENTOS DE “HISTORIAL DE UN
LIBRO”. LUIS CERNUDA.
En otra ocasión he aludido a que
me parecen existir, con respecto a la acogida que los lectores les dispensan,
dos tipos de obras literarias: aquéllas que encuentran a su público hecho y
aquéllas que necesitan que su público nazca; el gusto hacia las primeras existe
ya, el de las segundas debe formarse. Creo que mi trabajo corresponde al
segundo tipo, y la lentitud del mismo en parecer estimable (la cual, por
cierto, corresponde a la lentitud, a que antes aludí, de mi desarrollo
espiritual) ayudó a que, al publicarse La Realidad y el Deseo en 1936, contara
ya con la simpatía de algunos lectores. Desgraciadamente, la guerra civil, que
empezó poco después de aparecer el libro, impidió que pudiese darme cuenta de
aquella simpatía naciente.
… Antes de dejar Cambridge,
comencé “Vivir sin estar Viviendo”, que continué en Londres, adonde me fui en
1945. A partir de la lectura de Hölderlin había comenzado a usar en mis
composiciones, de manera cada vez más evidente, el enjambement, o sea el
deslizarse la frase de unos versos a otros, que en castellano creo que se llama
encabalgamiento. Eso me condujo poco a poco a un ritmo doble, a manera de
contrapunto: el del verso y el de la frase. A veces ambos pueden coincidir,
pero otras diferir, siendo en ocasiones más evidente el ritmo del verso y otras
el de la frase. Este último, el ritmo de la frase, se iba imponiendo en algunas
composiciones de manera que, para oídos inexpertos podía prestar a aquéllas
aire anómalo. En ciertos poemas míos, que constituyen un monólogo dramático,
entre los cuales se encuentran algunas de mis composiciones preferidas, el
verso queda como ensordecido bajo el dominio del ritmo de la frase. Desde
temprano me agradó poco el verso de ritmo demasiado acusado, con su monotonía
inevitable, y nunca quise usar, por ejemplo, el ritmo trocaico ni tampoco,
uniforme en una composición, el verso dodecasílabo. Si en el verso hay música,
mi preferencia se orientó hacia la “música callada” del mismo.
… Igual antipatía tuve siempre al
lenguaje suculento e inusitado, tratando siempre de usar, a mi intención y
propósito, es decir, con oportunidad y precisión, los vocablos de empleo
diario: el lenguaje hablado y el tono coloquial hacia los cuales creo que tendí
siempre. Las palabras de J.R. Jiménez, “Quien escribe como se habla irá más
lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”, me parecen una de sus
máximas más justas. No digo que no se halle en mis versos excepción a estas
preferencias que vengo indicando; no siempre puede el escritor, ni sabe, ser
fiel a sus gustos, y también en poesía, como en todo, el azar nos conduce en
ocasiones, no siempre mal, contra nosotros mismos. La relectura de mis versos,
hecha recientemente, al corregir pruebas para la edición tercera de La Realidad
y el Deseo, constituyó un ejercicio ascético, mortificante de la vanidad, ya
que pocas composiciones parecían concertarse, y aún en éstas el concertamiento
sólo era fragmentario, con las predilecciones estilísticas y preferencias
expresivas que acabo de indicar…