Esperaba el amanecer porque a la luz del día
las cosas se veían más claras y en esa claridad
hay como un sesgo que alumbra en el camino
y uno puede acelerar el paso sin temor
a tropezar dos veces en la misma piedra.
Porque a la luz del día uno puede distinguir
el color del plumaje del pájaro que canta
y hasta saber si el canto es un grito de auxilio
o una celebración mística de la primavera
o que el pájaro está inmerso en sus cavilaciones.
Incluso, si el dolor se hace presente,
uno puede mirarlo cara a cara a la luz del día
y retarlo a un duelo no más ponerse el sol
o negociar con él sobre el tiempo que va a quedarse
o acorralarlo para que sus defensas disminuyan.
Por eso es que para ella las noches eran como paréntesis
en los que se tumbaba a esperar por la luz del día
para así poder colocar los puntos sobre las íes
abrir de par en par las compuertas de los recuerdos
y encaminarse a donde la distancia ya no da para más.
Del poemario inédito: “Voces”
Imagen: Edward Hopper.