lunes, 15 de agosto de 2016

LECTURAS RECOMENDADAS: EN GRAN CENTRAL STATION ME SENTÉ Y LLORÉ. ELIZABETH SMART.



“EN GRAN CENTRAL STATION ME SENTÉ Y LLORÉ”
ELIZABETH SMART
EDITORIAL PERIFÉRICA
TRADUCCIÓN: LAURA FREIXAS


PROSA Y POESÍA, REALIDAD Y FICCIÓN.

Junto a los canales de Babilonia,
acordándonos de ti,
nos sentamos a llorar.

“El Cantar de los Cantares” Salmo 136.

No resulta sencillo, en algunas ocasiones, delimitar la franja que separa la prosa de la poesía. Tampoco la que separa la realidad de la ficción.

Esta novela constituye un buen ejemplo. Escrita en su mayor parte en prosa poética, bebe de muchas fuentes: El Cantar de los Cantares,  Blake, Dante Gabriel Rossetti, Shakespeare, Milton, referencias mitológicas, y desvela el amor apasionado de la autora por el poeta George Baker al que no conoce sino por sus poemas.

La realidad supera en este caso a la ficción a través de una historia tan real como inverosímil, con una intensidad y un lirismo exquisito se nos narra la relación entre estos dos personajes: la autora, Elizabeth Smart, y el referido poeta George Baker.

El comienzo de la historia se ubica en una estación en la que la narradora espera ansiosa la llegada del admirado poeta y su mujer:

Estoy en una esquina en Monterrey, de pie, esperando que llegue el autocar, con todos los músculos de mi voluntad reteniendo el terror de afrontar lo que más deseo en el mundo.

Se produce el idilio y con él la felicidad plena. Pero también la incomprensión, el acoso, las acusaciones, el goce y el sufrimiento. La presencia de la otra, su mujer, no consigue que la anfitriona renuncie a su sueño de convertirse en la amante del poeta:

¿Por qué no me arrojo desde este acantilado en el que enferma de luna paso horas acostada? Sé que estos días me ofrecen asesinato como único futuro. No sólo los dedos sigilosos del frío me alejan de la acción, haciéndome aceptar la hipócrita esperanza de que puede haber algún remedio. Como Macbeth, no dejo de recordar que yo soy su anfitriona.

Un deseo febril que pugna por verse correspondido ante unas circunstancias que lo hacen prácticamente imposible:

Pero no hay vez en que él pase cerca de mí y yo no sienta cada una de las gotas de mi sangre brincar, reclamando su atención. Por mucho que mi mente razone que entre nosotros sólo hay neutralidad, mi corazón sabe que jamás neutralidad alguna estuvo tan llena de pasión.

Intensidad y dramatismo reflejados con una escritura de extraordinaria belleza que no se ve, en general, artísticamente mermada por la implicación tan directa de la narradora:

Estoy celosa del halcón porque puede alzarse lejos, lejísimos del mundo. Contemplo con apasionada envidia a la gaviota que se arroja en picado: quizá sea su último vuelo. En los bosques, las palomas torcaces arrullan despiadadas mi sentencia.

Sabemos que la publicación de la novela en 1945 significó que la madre de la autora consiguió que su publicación fuera prohibida en Canadá, pero eso no impidió que el idilio continuara:

Pero en la frontera de Arizona nos pararon y nos dijeron: «Den media vuelta», y me encontré sentada en un cuartucho con barrotes en las ventanas mientras ellos escribían a máquina.
¿Qué parentesco tiene este hombre con usted? (El amado mío es mío, y yo soy suya, de aquel que entre los lirios su ganado apacienta.)…

Acusaciones, detención, humillaciones, referidas con todo su dramatismo y jalonadas por las alusiones a pasajes del Cantar de los Cantares que actúan como bálsamo compensador de las incomprensiones de los otros.

Un monólogo continuado con apenas interrupciones en el que se refleja la lucha desazonada y heroica de una mujer por la realización de sus sueños y la consumación de sus pasiones enfrentándose a todo tipo de prejuicios, instituciones y “buenas costumbres” imperantes.

Años más tarde, su hijo, Christopher Baker, uno de los varios que tuvo la pareja, escribió: “The Arms of the Infinite” en el que muestra su visión de los acontecimientos que le tocó compartir:

Nunca entendí el amor de mi madre por mi padre. Incluso cuando yo era más joven su relación me dejaba perplejo y confuso…pero el desenlace siempre era el mismo: nuestro padre, cuya presencia ansiábamos, se volvía a marchar y nosotros quedábamos atrás  anhelando desconsoladamente su regreso”.