martes, 9 de noviembre de 2021

 

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE “ESTE COSMOS DE RAÍCES” DE PABLO SERGIO ALEMÁN FALCÓN.

 

Con “Este cosmos de raíces”, la expresión de un trance que el autor experimenta al observar las esculturas talladas en madera del escultor ecuatoguineano Fernando Nguema Medja, Pablo Sergio Alemán continúa un proceso creativo cuyo origen se remonta al año 2015 con el poemario “Madera y metal”, curiosamente o quizá no tanto, estos dos elementos, la madera y el metal, serán materia prima de “Este cosmos de raíces” como símbolos de naturaleza virgen en la que el ser funde con naturalidad en perfecta comunión  y de especulación, expolio, devastación y desarraigo en el caso del metal representado por las excavadoras.

Un trance plasmado poéticamente por un autor con más recursos, más dominio técnico, más seguro y más capaz de establecer transacciones cuya complejidad no dificulta la percepción por el lector de un apasionante recorrido desde los orígenes: plenos, pletóricos, potenciadores de vida y creatividad hasta la recuperación, a través de la escritura, del espíritu de los mismos, tras la frustración que se experimenta frente a la especulación con la consiguiente devastación del paisaje.

 

En nueve secciones en las que se combinan los endecasílabos con octosílabos y otros versos de arte menor, Pablo Alemán da muestras de un sólido dominio técnico, una amplia gama de recursos que se ponen en juego y, no menos importante, una enorme sensibilidad que le permite transmitirnos la sensación de no saber si quien “está hablando” es el autor en trance o si ese mismo trance lo ha llevado a con-fundirse con el autor de las esculturas de madera, Fernando Nguema, que en una entrevista al Diario.es declaraba: “Para buscar las maderas hay que ir a la selva. En la selva las maderas tienen formas. Representan gentes de otro mundo que no vemos (…) Miro así y digo: este es el título de la obra, por la forma que tiene. Me meto en la selva y veo esas cosas”.

 

Como muestra dejo este poema en el que, en mi opinión, se produce esa fusión, ese mestizaje, esa suerte de “sincretismo”.

 

III

 

 

A Óscar María Alemán Falcón,

quien más pregunta por su ausencia.

 

 

“No. Un padre no es mano

ni es palabra

ni es ojo”.

Manuel Padorno.


Ya no está Padre;

se lo llevaron a machetazo,

a machetazo etílico.

Todos preguntan,

pero Padre ya no está

y solo queda su hueco

en medio del poblado

con sus raíces

y unas cuantas hojas

para algún baile de la tarde.

A veces,

en otras fincas busco

su rostro,

el chorro de la savia roja

y el rico sabor de los frutos,

pero ya no está Padre

ni horadando la tierra

ni alabeando raíces

(que Padre ya no está).

Y preguntan por él,

pero ni yo sé qué es un machete,

ni una hendidura,

ni el grito silencioso,

ni el verso serpiente.

En verdad,

nunca supe de Padre,

de su aspecto,

de sus viajes desconocidos,

del vacío que dejó

en la tierra.

En verdad,

solo me valía la sombra

reposada del viento.

Pero Padre ya no está,

ya no está,

no está,

no;

y tú, Madre,

no me podrás decir

adónde se lo llevaron

para poder dormir en el hueco

de sus zapatos en ausencia.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

NOTAS SOBRE “MÚSICA PARA UN ARJÉ” DE ANTONIO ARROYO SILVA

 

Antonio Arroyo es un poeta de largo recorrido con un importante número de publicaciones y varios reconocimientos entre los que destaca el Premio Hispanoamericano de Poesía “Juan Ramón Jiménez” 2018, por su poemario “Las horas muertas”.

Es también un poeta de muchos recursos que ha ido ampliando y puliendo a lo largo de su proceso creativo y que se muestran con rotundidad en “Música para un arjé”.

 

Ilustrativa y significativa la ilustración de portada con el cuadro de Guiseppe Acimboldo, que ya “dice” del sentido del poemario.

Un poemario dividido en siete secciones en las que la música sirve de pretexto para, como se comenta en la contraportada del libro, intentar crear una “sinfonía” nacida de la idea de que a través de la armonización y cohesión de elementos imperfectos se puede crear una excelsa sinfonía.

 

El arjé es, como se sabe, un término que alude al origen del mundo sobre el que se manifestaron los filósofos de la antigua Grecia y en el que el agua, el aire, la tierra y el fuego son los elementos que suscitan las diversas interpretaciones.

El autor, haciendo uso de la música como elemento cohesionador y marcando una distancia crítica que le permite acercarse o aproximarse según dónde se pretenda poner el énfasis, busca esa unidad de lo diverso con un ritmo en el que se combinan los versos de arte mayor con otros de arte menor y, sobre todo, el ritmo que impone la propia respiración y que se va acompasando de acuerdo con las exigencias de las distintas partes de la sinfonía que se está “componiendo”.

El uso reiterado del encabalgamiento y la analogía son algunas de las características que definen el modo de hacer del autor.

 

Lo popular y lo clásico, lo simple y lo complejo, lo perfecto y lo imperfecto, son el envés y el revés de una misma realidad en la que estamos inmersos.

 

La “audición” de esta sinfonía procurará sin duda al lector dos elementos esenciales: goce estético y desentrañamiento de lo que estando aparentemente aislado forma parte de un mismo conjunto.

 

Añadimos un poema de la sección “Lied del aire” que, como suele ocurrir, dice más de lo que nosotros podemos apuntar aquí. Porque es ahí, en el poema donde, en mi opinión, mejor se define la poesía.

 

VI

Fúmate el aire, entenderás,

entonces, que mi sino no es jugar

con las palabras mientras me respiras

y toses al vacío de la página.

 

El agua te sosiegue en la conquista,

te dé la mano y acoja en el sosiego

la última bocanada de mí

que inhales. No somos aire,

somos el humo

que a la muerte sisamos.