SOBRE “LA MUJER DE LAVA”
De José Miguel Junco Ezquerra
*Pedro Flores.
Dice en el poema Contextos, en la parte del poemario que
nos ocupa titulada
Botella al mar:
Los de mi generación nacíamos un poco más viejos
No pretendo, ni está
entre mis preferencias a la hora de hablar de poesía, entrar en el
pantanoso terreno de
las divisiones generacionales ni en sus siempre dudosas nóminas y
"contranóminas",
el modelo generacional mismo, al que ninguno escapa, me parece
una manera sesgada y
pobre de abordar el fenómeno literario y poético, rechazo en el
que no soy,
evidentemente, ningún pionero.
Pero si me gustaría, (y
ahora dirán ustedes no se iba a meter pero se mete) rememorar
el estado de la
cuestión, la cuestión poética más cercana, cuando tengo las primeras
noticias de la poesía
de José Miguel Junco, aunque ni la cuestión ni la poesía de Pepe
necesiten estas
consideraciones en absoluto. Y es que el verso antes referido, por el
acierto enorme y la
verdad que creo conlleva, me parecen un buen punto de partida para
la no siempre fácil
tarea de hablar sobre una colección de poemas (veremos porque no
un libro en mi modesta
opinión más tarde) que me ha hecho disfrutar en mi condición
de irredento y
hedonista lector de poesía.
A principios de la
década de los noventa del Siglo XX los que hacía unos pocos años
balbuceábamos nuestros
primeros enigmas, tuvimos la ocasión de darlos a conocer, no
sin cierta dosis de
pedantería ingenua, en revistas, certámenes y lecturas que, en gran
medida impulsadas por
nosotros mismos, creo que revitalizaron, si se me permite tal
afirmación, en la
medida de nuestras pobres posibilidades, el panorama literario de
nuestra ciudad, o al
menos así se pensó y escribió en su momento.
Los que por entonces
teníamos entre veinte y treinta años, por fijar unos márgenes
siempre frágiles y
discutibles, teníamos como referencias más cercanas en lo geográfico
a poetas que por
entonces eran veinticinco o treinta años mayores que nosotros y que
tenían firmes y muy
reconocidas trayectorias, en una escala o en otra, en este oficio de
la poesía. Naturalmente
unos tenían hacia nosotros posturas más amigables en lo
personal y curiosas en
lo literario, otros eran indiferentes en ambos sentidos o en alguno
de ellos, y no pocos
fueron hostiles y beligerantes ante las nuevas voces, incluso a veces
de un modo
indiscriminado y corporativista.
En esa época uno era de
naturaleza más gregaria, creía de un modo un tanto pueril y
prejuicioso en una suerte
de hermandad en la poesía, de “conmilitancia” en estos
asuntos del verso,
influenciados por nuestras lecturas fundacionales, también por
nuestra condición
insular; ultraperiféricos en cuanto a lo geográfico y al hecho mismo
del ejercicio de la
poesía.
En esa visión,
discutible, como dije, ingenua, heredada de nuestros mayores y de los
manuales de Literatura
que no hacía mucho estudiábamos y de cierta visión romántica,
nos llevó enseguida a
hacemos la pregunta de dónde estaba aquellos poetas que
ocupaban ese eslabón en
cierta manera perdido aunque sus potenciales integrantes se
cruzaran con nosotros
cada día por la calle. Pronto descubrimos a un buen número de
autores diez o quince
años mayores que nosotros que, oh, herejía, no habían sido en
general encuadrados en
generación, grupo o estética según los cánones vigentes, aunque
cada vez menos. La
mayoría de esos autores había empezado a tejer su propia red de
enigmas seguramente en
los últimos setenta y primeros ochenta, varios de ellos ya había
dado a la imprenta,
porque no había redes de las otras, uno, dos o incluso más libros, y
creo que no cometo una
gran injusticia si digo que la generación que les precedía, y
pido excusas de nuevo
por la nomenclatura usada, había sido, salvo escasa y honrosas
excepciones algo
mezquina para con ellos.
Entre esos autores hubo
dos que literariamente me interesaron sobre los demás y cuya
amistad fue paralela a
la lectura de su poesía, esos poetas fueron Teodoro Santana y
José Miguel Junco,
ambos hacían una poesía humana, por hablar de sus similitudes
influenciada por los
poetas hispanoamericanos que yo también leía, por Neruda, el turco
Nazim Hikmet o Vladimir
Maiakovski por citar algunos en el caso de Santana, y más
vallejiana, con mucho
de Alonso Quesada o García Cabrera como ingredientes
autóctonos en Pepe
Junco, que para sus momentos menos íntimos y más políticos
también echaba mano de
Neruda o Agustín Millares.
Ambas poéticas, cada
una en su tono, me hicieron feliz como lector ya en su
momento, y no han
dejado de hacerlo desde entonces. Recuerdo la lectura llena de
hallazgos de un libro
que me conmovió hondamente y fue el primero de nuestro poeta
que leí, ya a principios
de los noventa titulado Hacer las paces,
ahí estaba la poesía que
yo quería leer y que en
gran medida, junto a otras poéticas, ya apuntaba un modo si no
nuevo si diferente de
conjugar este oficio.
Desde los años setenta
pues está nuestro poeta llamado a la puerta de esta casa en
llamas que es la
poesía, incidiendo en este naufragio que quizá también sea, en esta
tautología, en la
búsqueda del poema perfecto, que no existe, y cuya persecución recibe
el nombre nebuloso e
indefinible de Poesía.
La concepción que él
tiene de este suceso inacabable es la que yo modestamente
comparto, José Miguel
Junco entiende que aquí se trata de un oficio solitario y doliente,
que aquellos
gregarismos y rebaños forman quizá parte de un proceso de aprendizaje y
nada más, de una
enfermedad, como él mismo ha dicho hace poco, seguramente una
enfermedad me atrevo a
añadir en la que, como escribió hace cinco siglos un poeta
persa, el que busca
curación no es digno de la herida.
Decía más arriba y
prometí aclarar que no estamos ante un libro de poemas, ni
siquiera y como parece
ante varios libros, el libro que Pepe Junco escribe no se termina
jamás, él está inmerso
en la búsqueda de la que hablábamos, su aprendizaje, su
administración luminosa
de la humildad, su fértil insatisfacción, son sus colores de
batalla, a nosotros nos
deja este espejismo, esta cáscara, lo que se le cae en el trote de su
persecución
interminable. La poesía de Junco es el rescoldo de una hoguera, la huella
que a su vez deja el
explorador inmerso en su implacable cacería.
Si se pasa la mano lentamente
se sabe que hubo vida.
Nos lo dice el poeta en
el bellísimo poema titulado Fósil.
Pero he aquí que esa
ascua, esas migas de pan que señalan el camino son la Poesía con
mayúsculas. Hace tiempo
que nuestro poeta descubrió que la poesía no es el camino ni
es el destino, ni el
bosque en el que el drama sucede, ni siquiera son las miguitas con las
que ingenuamente
tratamos de eludir la noche y el olvido, sino los pájaros, los de esa fe
cóncava, que nombra en
el poema Los pájaros del sur, que se
comen la posibilidad del
regreso.
Escribió el poeta José
Kozer, otro autor de estirpe vallejiana cuya gozosa lectura sé
que comparto con Pepe
Junco, el siguiente verso:
Yo escribo en todos los estilos, me robo a todos los poetas.
También la lectura de La mujer de lava nos deja esa sensación
de multiplicidad; el
poeta debe ser también
un carroñero, un chacal famélico que pule los huesos que
encuentra en los
andurriales de su mundo calcinado. Hay que olisquear
concentradamente,
discernir entre el espejismo y el verdadero oasis, para hallar el
secreto tuétano que es
la poesía y de cuyo alimento depende nuestra vida.
Nuestro autor es capaz
de ser telúrico, magmático, en la parte que da nombre al
conjunto, La mujer de lava, muerde donde el Neruda
más alto, el de Alturas del Machu
Pichu del Canto general, sin olvidar al más elemental Neruda de las
odas, y mostrar su
estirpe Vallejiana en
el tono de muchos de sus textos, es Daltónico, lorquiano,
Juarrozista, Mutista de
la iglesia de san Álvaro, sin duda es capaz de escribir en todos
los estilos y de
robarse a todos los poetas.
Quién sino un poeta
jodidamente carroñero y de insaciable hambre es capaz de
olisquear y traemos en
las fauces la cara de asombro del
conserje de la Biblioteca de
Alejandría del envidiable poema que titula Desolación. Un poeta de verdad que urde,
como debe ser,
magníficas mentiras es el que tenemos delante, un chacal hambriento, un
explorador siguiendo el
rastro de una bestia que quizá no exista y a la que jamás, por
suerte, encontrará,
porque la bestia está dentro de él y la lleva a donde va.
Botella al mar, ha querido titular Pepe Junco así una de las partes
de su libro, o de su
no libro, según se mire
y poco importa. En el epígrafe que lo abre se pregunta otro de
los poetas que forma
parte de nuestro poeta, José Emilio Pacheco, por qué publicamos
lo escrito, por qué
lanzamos a un mar ya repleto de botellas y mensajes y basura nuestra
propia ración de vidrio
y memoria, nuestra ración de basura y creo que el poeta que nos
ocupa le responde más
adelante con unos versos que, por sí solos, ya justifican la propia
botella al mar de Pepe
Junco, ya le eximen de su delito de contaminación:
Porque también retoman los vencidos
el arte del amor, eso es humano,
el ansia de trepar memoria arriba,
las ganas de comer, eso es el hambre.
* Pedro Flores es autor
de más de veinte libros de poemas cuyo colofón ha sido, hasta el momento, la
reciente publicación por parte la de Editorial Renacimiento de una antología de
su obra poética: Salir rana.
Ha ganado un importante
número de premios en certámenes nacionales e internacionales. Es también autor
de narrativa y teatro.