jueves, 22 de septiembre de 2016

LECTURAS RECOMENDADAS: VIAJE A LA NADA. ELSA LÓPEZ.




NOTAS SOBRE: “VIAJE A LA NADA”. ELSA LÓPEZ.
HIPERIÓN. MADRID, 2016

La trayectoria poética de Elsa López, desde su primera publicación: “El viento y las adelfas” 1973, hasta este “Viaje a la nada” que hoy reseñamos, la avala como una de las grandes voces de la poesía española contemporánea.

 Elsa López tiene esa capacidad que distingue a los grandes poetas de hacer que la experiencia individual, la emoción recobrada y elaborada, pueda ser sentida por nosotros, los lectores, asociándola a nuestras propias vivencias.

En su poema: Poética, escrito en 1993, podemos leer:

Cuando el poeta escribe algo suyo se abre, se diluye,
se extiende por las grietas más hondas de la carne,
se condena a la cárcel del otro y su costumbre
y en él se hace memoria…

 No resultará sorprendente, por tanto, que al adentrarnos en la lectura de “Viaje a la nada”, nos sintamos aludidos por el sentimiento de pesadumbre y devastación que se nos trasmite.

 Un viaje por países nórdicos cercanos al polo norte, realizado hace unos cuantos años, se convierte en la crónica de un viaje hacia las gélidas zonas interiores de la desolación y la nada, a través de poemas muy breves, jalonados por otros en prosa que van matizando, precisando, acotando aspectos complementarios pero no menos relevantes de ese periplo.

 Una reflexión poética descarnada en la que el helor, esa sensación que embota la mente y dificulta el riego sanguíneo, es combatido a través de la palabra poética, única posibilidad de sobrevivir en un contexto que empuja a la paralización y al silencio.

 El frío que se interpone como una barrera que imposibilita el ser y nos condena a la disolución. La constatación de un paisaje ante el que la única defensa es la de la escritura, el testimonio, la sonoridad de la palabra poética. Para dar fe, dejar constancia,  e intentar sobrevivir, a través de ella, antes de quedar disueltos, despersonalizados e inermes en las inefables galerías de la nada.

 Ya los primeros versos provocan una cierta una cierta desazón. Como si la propia voluntad nos hubiera sido usurpada y quedáramos expuestos a una voluntad ajena, suspendidos en el aire, abocados a un inconcreto inquietante destino:

Sobre mis hombros colocaron dos alas de metal.
Dos alas de metal blanco.

 Comienza el viaje hacia las heladas islas del norte. Comienza también la sucesión de expresiones que aluden al desamparo, a la pérdida de referentes, al límite traspasado en el que ya nos es factible distinguir entre lo exterior y lo interior. Blanca sábana, cuerpo triste, aire triste, la nieve cubre al mundo… Recreación de imágenes recurrentes que van jalonando todo el poemario. Un espejo que nos descubre y nos sorprende:

Al pasar por delante del espejo
se vio de perfil, caídos los pechos,
la barriga hinchada, la cara
enrojecida…
Y se odió a sí misma. O no.
No lo supo muy bien.

 Proceso de despersonalización proyectado en el deambular de los transeúntes por los aeropuertos. Uniformizados, como autómatas que  no saben muy bien adónde van ni para qué:

Solo un niño sobre el pecho de lana
de una madre recién nacida,
otea el horizonte
buscando el resplandor de la mañana.

 Anotaciones precisas, día, lugar, hora, como el capitán del barco que escribe en su  cuaderno de bitácora la crónica de los aconteceres cotidianos, para dejar constancia, evidencias, pruebas de algo que fue.

 No hay concesiones, ni respiro, ni recursos retóricos, ni alardes innecesarios, ni efectos dramáticos impostados. Un lenguaje desnudo, un ritmo acompasado, un tono que apenas se modifica a lo largo del poemario:

Así es la muerte.
Así de quieta y fría.
Así de silenciosa…
Así la eternidad
sin el menor vestigio de la vida…
Solo un pájaro negro
atraviesa de golpe la ventana.

Y al final del poema la siguiente anotación:

Sábado 18 de febrero. 7,30 de la mañana

El blanco de la nieve que se impone, que hiere, que nos absorbe y nos empuja hasta las orillas de la nada.

 Un viaje en barco percibido como si se estuviera cruzando la laguna Estigía hacia las puertas del Hades. Hacia los propios infiernos interiores, la propia desolación,  la propia sensación de vacío, la nada:

Sin un alma…
Atrás dejamos Kirkenes,
la ciudad más al norte del desierto de Europa...


Es el final del mundo, dice alguien a tu espalda.
Ya no hay nada más. Pienso. Aquí
acaba todo lo que uno conoce…

 Imágenes descarnadas y al tiempo salvajemente hermosas: Tanta luz para nadie, el bullir de las plumas de un ángel desplumado, un mapa de los cuerpos sobre el agua…

 Se inicia el retorno, se reemprende el camino de vuelta, cambia el paisaje:

La nada se desvanece,
forma claros en la lejanía
y, poco a poco,
se transforma
en negras extensiones de abedules…

 Falsa presunción. No hay descanso, el sentimiento de vacío nos puede, el tedio, la náusea. Se ralentiza el ritmo, los versos se van encabalgando para acercarnos a la esencia del hecho al descubierto. Encararlo y acaso también conjurarlo. Salvarnos por la palabra, de la misma manera que  nuestros fantasmas interiores huyen al verbalizarlos.

La nada es el cansancio, la negación del mundo,
despojar a las cosas de pesados ropajes
y verlas, ya desnudas, delante de los ojos…

 Y, ya a la vuelta, ya en un paisaje más familiar, ya en tierra amiga, el sentimiento persiste, el paisaje está en nuestro interior, ese destello de lucidez que nos evita engañar y engañarnos. Sobriamente, una constatación:

…Y detrás la nada.
Y después de la nada, nada.
Solo el silencio que llevamos dentro.

Y una vez más la anotación precisa al final del poema:
                    
Isla de la Palma, diciembre 2014.

Isla de La Palma, 2014. Hago aquí un breve inciso porque me parece significativo.

Resulta cuanto menos sorprendente recordar aquí el primer poema de ese primer libro de Elsa: “El viento y las adelfas”, 1973. Citaré los primeros versos:

Cuando el viento estremece las ramas de las acacias
y siento que ya es otro tiempo,
y abro en las esquinas la puerta de la sombra
y mi pecho se inunda de bruma,
y recuerdo que hay entre encinas lúgubres
los primeros restos de escarcha,

yo vuelvo a La Palma…

 Como si muchos años después, esa premonición, esa declaración casi profética, inexorablemente se cumpliera. Más que una isla, más que un espacio físico acotado por el mar.

 El viaje interior continúa; “nos queda la palabra”. La palabra de Elsa López, su sensibilidad poética, su capacidad para hacernos cómplices de esta aventura, su indagación en las zonas gélidas que nos conforman.

 Retomo aquí algunos versos de su poema: Poética, anteriormente citado:

Es una muerte dulce.
El eterno retorno de lo que alguna vez ha sido
y ahora crece de nuevo en el lenguaje ajeno.
Se hace múltiple y vario, cambiante, tornadizo.

La mirada del otro lo sumerge en las aguas
oscuras de la noche.
Lo toman, lo poseen, lo incluyen en su nada
y allí se hace de nuevo inútilmente humano.

 No extrañará que recomiende realizar este apasionante Viaje a la nada. No exento de los rigores del frío, pero tampoco de la lucidez, la sensibilidad, el oficio y el talento de Elsa López.