“EL SOBRINO DE WITTGENSTEIN”.
THOMAS BERNHARD.
EDITORIAL: ANAGRAMA
Un escritor, gran aficionado a la
música clásica, coincide en el hospital con su amigo Paul Wittgenstein, sobrino
del conocido filósofo. Uno, el escritor, acaba de ser operado de un tumor, el
otro está internado en la planta de enfermos psiquiátricos donde es
periódicamente recluido cada vez que sufre una crisis que no puede controlar.
Con su estilo característico,
reiteraciones, repeticiones casi obsesivas de hechos y circunstancias, Thomas
Bernhard, va urdiendo una trama en la que lo autobiográfico de mezcla con lo
imaginado (realidad y ficción) para tejer este encendido canto a la amistad.
Pero no solo se narra el
nacimiento y consolidación de esa amistad, sino que con una prosa mordaz y
aguda se ponen en tela de juicio hábitos y malas prácticas de instituciones,
que no sabiendo cómo enfrentarse a situaciones complejas, establecen mecanismos
de autoprotección que les permite sobrevivir aislándose y aislando a los demás.
En relación con la enfermedad
mental de su amigo, el narrador y protagonista señala:
Los llamados médicos psiquiatras designaban la enfermedad de mi amigo
unas veces de esta forma y otras de aquélla, sin tener el valor de reconocer
que para aquélla, como para todas las demás enfermedades, no hay calificación
correctas sino siempre, únicamente, designaciones equivocadas, siempre
engañosas…
La incompetencia y un excesivo
celo a la hora de evitar poner en evidencia sus limitaciones los lleva a
refugiarse en estrategias tendentes a blindar su estatus:
Como todos los médicos, los que trataban a Paul se parapetaban también,
lo mismo que sus predecesores desde hace siglos, tras el latín, que con el
tiempo levantaba entre ellos y sus pacientes como un muro infranqueable e impenetrable,
con el único objeto de encubrir su incompetencia y enmascarar su charlatanería.
Otro de los temas relevantes que
se plantea es el del enfermo que al recuperarse se reincorpora a su actividad.
Entonces, los sanos reaccionan con acritud, cuando no con un desdén absoluto
hacia aquellos a los que ya se consideraba fuera de juego y que ahora pretenden
volver a ocupar un role del que ya se les había borrado.
Los enfermos no comprenden a los sanos, lo mismo que, a la inversa, los
sanos a los enfermos, y ese conflicto es a menudo un conflicto mortal, porque
en fin de cuentas el enfermo no está a la altura de las circunstancias, pero tampoco,
como es natural, lo está el sano, al que un conflicto así basta para poner a
menudo enfermo.
No es fácil tratar con un enfermo que de repente está otra vez allí de
donde fue arrancado meses o años antes por la enfermedad, y de hecho de todo, y
la mayoría de las veces los sanos no tienen deseos de ayudar al enfermo…
Una profunda e inquietante
reflexión sobre los límites que se sobrepasan y el autocontrol que una vez
perdido puede llevar irremediablemente a la autodestrucción. Comparando las dos
genialidades, la del tío y la del sobrino, señala el narrador:
Uno, Ludwig, fue quizá más filósofo, el otro, Paul, quizá más loco,
pero posiblemente creemos que el primero, el Wittgenstein filosófico, es el
filósofo, sólo porque llevó al papel su filosofía y no su locura, y que el otro,
Paul, era un loco porque reprimió su filosofía y no la publicó y sólo exhibió
su locura.
Una historia apasionante contada
con ese estilo que caracteriza al autor y que ya tuvimos ocasión de observar en
“El malogrado”. Repeticiones y reiteraciones que consiguen crear un clima en el
que el lector se siente atrapado y cómplice.
Como referíamos anteriormente, “El
sobrino de Wittgenstein” es sobre todo un canto a la amistad, incluso cuando
ésta tiene lugar y se consolida en las circunstancias más adversas:
En el pabellón Hermann y, en fin de cuentas, con el miedo a la muerte,
tuve conciencia clara de lo que valía realmente mi relación con mi amigo Paul,
en verdad la más valiosa de todas mis relaciones con hombres, la única que he
podido aguantar más que el tiempo más breve y a la que de ningún modo hubiera
querido renunciar.