“LAS
TRANSICIONES” VICENTE VALERO.
EDITORIAL PERIFÉRICA (Cáceres,
2016)
LA ESPITA DE LOS RECUERDOS
Uno de los méritos de esta novela
consiste en servir de espita para rememorar nuestros propios recuerdos
referidos a las “dos transiciones” a las que se alude: el paso de la infancia a
la adolescencia, como experiencia individual, y el no menos significativo salto
histórico desde la dictadura a la democracia.
A los que ya vamos teniendo una
edad, la evocación, por parte del narrador y coprotagonista, del paso de la
infancia a la adolescencia, junto a acontecimientos que a la postre resultaron
ser decisivos en el devenir histórico (atentado a Carrero Blanco, día de la
muerte de Franco, coronación de Juan Carlos como rey), hace que, en paralelo,
vayamos “escribiendo” o mejor “reescribiendo” nuestra propia evocación.
El fallecimiento de uno de los
cuatro amigos de la infancia, Ignacio, sirve de detonante para que a partir de
la ceremonia del funeral y posterior entierro, el narrador, un niño apenas al
morir Franco, reviva, junto con los otros dos amigos supervivientes, aquellos
años de infancia y adolescencia.
Don Luis leía en el instante de mi llegada…aquel socorrido texto del
profeta Ezequiel en el que los huesos secos de los muertos vuelven
milagrosamente a animarse,…
Hijos de la burguesía Ibicenca,
cuyas familias se habían beneficiado de la especulación surgida con el boom
turístico, comparten colegio de obediencia católica en la infancia y traban una
amistad de esas que, aun separados por los aconteceres de la vida, queda fija
en la memoria para siempre.
¿A quién no le ha conmovido alguna vez comprobar cómo los afectos de la
infancia de mantienen con el paso del tiempo, continúan en nosotros, como
vínculos indestructibles, protegidos en algún rincón de la memoria o del
corazón, aunque la relación haya terminado?...
El descubrimiento del desnudo
femenino a través de revistas que clandestinamente circulaban por las aulas, una
educación autoritaria destinada a preservar el orden establecido, el
desconocimiento casi absoluto de la realidad política subyacente, el paso a la
adolescencia y el recuerdo de hechos históricos cuya trascendencia real se
desconoce.
Don Alfonso, el entrañable abuelo de Ignacio, …se levantó también, como
nosotros, antes que todos los demás, cogió una silla…y la estampó con todas sus
fuerzas contra la televisión, al tiempo que lanzaba también de su boca
espumeante una no menos inesperada exclamación: ¡maldito Franco!
Un estilo fluido para una
historia lineal en la que son continuos los movimientos hacia atrás y hacia
adelante, presente y pasado
retroalimentándose, que consigue atraparnos y que, como referíamos
anteriormente, tiene el efecto de provocarnos la rememoración de nuestro propio
pasado aunque los tiempos cronológicos no sean exactamente los mismos, ni el
mismo “el bando” desde el que se narran las vivencias.
Y sin embargo, algo en común,
algo peculiar en los aconteceres históricos de “este bendito país”, algo que
vincula nuestra infancia y adolescencia con la de los personajes, nos hace
sentir, al tiempo, interesados y cómplices.
Conocíamos al autor por su
excelente poesía. Grata es también la impresión que nos deja como novelista.
Para saber sobre su poesía:
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