"LO QUE ESCRIBE EL POETA SIEMPRE
ES UN MAL REFLEJO DE LO QUE TIENE CONCEBIDO"
"Pienso que en los momentos
de nuestra historia durante los que hemos sufrido, en los periodos de profunda
crisis, desde la época de los guanches, la mujer ha sido un elemento de
resistencia y cohesión social", asegura el poeta José Miguel Junco
Alejandro Zabaleta 28.11.2016 |
02:39
José Miguel Junco.
José Miguel Junco. LP/DLP
Junco presentó el pasado jueves
en el Museo Poeta Domingo Rivero el poemario 'La mujer de lava', su décima
entrega lírica. Nucleadas en torno a cuatro polos temáticos, las composiciones
cierran un ciclo en el quehacer de este escritor.
La metáfora de la mujer como isla preside el principal segmento de este
poemario. ¿Por qué esa mujer-isla?
Se establece ese símil en unos
poemas de corte algo simbolista, a base de visiones y percepciones un poco
contradictorias pero que de alguna manera se aúnan. Hay dos ideas. Por una
parte está el nacimiento paulatino, por acumulación del magma, y después se van
creando las condiciones para que se produzca la vida y pueda llegar gente.
Porque yo, a mi edad, estoy buscando el origen. Luego está esa imagen de la
mujer isleña en particular, el anonimato en un segundo plano, la capacidad de
concebir la vida, de gestarla, de alumbrarla. Pienso que en los momentos de
nuestra historia durante los que hemos sufrido, en los periodos de profunda
crisis, desde la época de los guanches, la mujer ha sido un elemento de
resistencia y cohesión social. Esas dos ideas se contraponen y fusionan en el
libro.
¿Sería esa fusión la identificación que acogen algunos poemas entre
generación en sentido cosmogónico y en sentido de engendrar?
Sí, la mujer es todo, es también
el origen, en ella se asienta el ser humano porque es capaz de generar vida,
pero no sólo alumbrándola. También en la época de escasez, cuando faltaba la lluvia...
entonces era la mujer quien asumía el coraje necesario para seguir adelante.
Por eso yo acostumbro a desear "que la mujer de lava sea contigo".
Pero lo digo en un sentido ecuménico, laico, que esa mujer se te muestre en los
momentos difíciles, ella es como un símbolo.
Siguiendo es línea analógica vincula el líquido amniótico al atlántico,
como dos aguas generatrices, investidas para incubar vida.
Sí, es como si el mar estuviera
dentro, es la fuente, lo que nos aleja y lo que nos acerca. Decía Jorge
Manrique que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. Vivimos,
nacemos en la mar y morimos en la mar, en estas rocas. En el caso de los
isleños nuestras vidas no son los ríos, son el mar.
Su lenguaje, muy plástico, da cuenta de una naturaleza magmática. ¿Por
qué piensa el paisaje insular en términos de cierta violencia?
Cuando escribía ese poema en
seguida me vino a la mente El Atlante [monumento situado en la salida de la
ciudad en dirección a Arucas] de Tony Gallardo, a quien conocí y con quien
compartí inquietudes. Es un símbolo idóneo para reflejar esa fusión, la mujer
que mira al mar como ofrenda pero también como precaución., Me asombra la
imagen de esas rocas perdidas dentro de un océano, resistiendo por encima del
mar y siendo capaces de mantener la ilusión de vida durante tantos siglos. Me
da idea de esa provisionalidad. Veo la condición insular como un hecho
peculiar, como algo que de alguna manera nos marca, más allá de las ideas que
cada uno pueda tener. Ser isleño nos da unas características especiales, nos
hace más nostálgicos.
Los poemas agrupados bajo el epígrafe 'Donde estamos escritos' llaman
al inconformismo y la resistencia. ¿Qué valor tiene esa disidencia en tiempos
como los actuales?
Hay un instinto de conservación
hasta en las peores condiciones imaginables, hay algo en el ser humano en el
momento más crítico que nos invita a hacer un gesto para erguirnos y seguir
adelante. Un poema se llama "Afán del caracol". Se ha comprobado que
en el caracol hay un músculo que con enorme esfuerzo lo tiene que ir moviendo
para avanzar milímetros. Y sin embargo lo sigue intentando. Creo que es una
imagen aleccionadora. Un instinto nos impele a intentar levantarnos. Importa no
quedarse ahí dejándose llevar por la corriente, que haya cierta señal de
reacción, incluso de rechazo. Eso es señal de vida.
En la composición 'El lenguaje de los pájaros' aparece la vieja idea
del mundo como libro que se presta a ser leído, y son precisamente los pájaros
quienes deletrean su texto.
Nosotros tenemos la palabra, pero
la palabra tiene limitaciones. Por contra, lo que un pájaro dice con su canto
tiene muchos más matices. El lenguaje de los pájaros es, desde mi punto de
vista, mucho más rico y ejemplificador de lo que a uno le gustaría decir.
Además de César Vallejo, al que se cita expresamente, ¿qué otras voces
poéticas tutelan estos versos?
Tengo todo un conjunto de
referentes. Jorge Manrique es, para mí, atemporal. Sus coplas se podrían
escribir ahora, sin adornos, sin arabescos, sin una sola palabra que sobre;
cada palabra está perfectamente ajustada a lo que se quiere transmitir. Y Juan
de la Cruz, esencia de la poesía mística, de la duda, del balbuceo. Porque la
poesía no tiene adjetivos, es esencia o no es. Borges también me parece un
poeta inmenso.
¿Qué le interesa del Borges poeta?
Él tiene la capacidad de hacernos
creer que no se trata de ser originales, sino de la feliz búsqueda y el
encuentro de algún matiz, de un modo de entonar. Creo que en mi poema
Eximentes, de este último libro, se da esa dimensión, porque mientras lo
escribía me di cuenta de que el mismo tema ya aparecía en Carta de Miguel
Hernández y en Amor constante más allá de la muerte de Quevedo. A propósito de
su poema El Golem, Borges explica que el Golem es al rabino que lo creó lo que
el hombre es a Dios y lo que el poema es al poeta. Es decir, el poeta tiene su
obsesión, su paradigma de poema, pero lo que escribe después es un mal reflejo
de lo que tiene concebido. Es preferible la sana teoría a la práctica
deficiente. Nunca vamos a poder plasmar exactamente lo que tenemos en la
cabeza.
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