jueves, 16 de junio de 2016

LECTURAS RECOMENDADAS: LA LEY DEL MENOR. IAN MCEWAN.



LECTURAS RECOMENDADAS  “LA LEY DEL MENOR”. IAN MCEWAN

 EDITORIAL: ANAGRAMA
 AUTOR: IAN MCEWAN.
TRADUCCIÓN: JAIME ZULAIKA.
BARCELONA.2015

Fiona Maye, jueza de un Tribunal de Familia, justo cuando está redactando el borrador de una sentencia en la que debe decidir sobre la solución más justa para las hijas de un matrimonio de religión judía cuyas desavenencias sobre cómo educar a las niñas los lleva a la ruptura, se ve súbitamente enfrentada a otra decisión: la solicitud de su marido, a punto de cumplir los 60 años, de que le permita mantener relaciones con otra mujer.

Y después, no mucho después del exabrupto, jadeante de indignación, había dicho en voz alta, por lo menos dos veces:
— ¿Cómo te atreves?
Apenas era una pregunta, pero él contestó con calma.
—Lo necesito. Tengo cincuenta y nueve años. Es mi último cartucho. Todavía no he visto pruebas de que exista otra vida después de ésta.
Era una observación pretenciosa y ella no había encontrado una réplica. Se limitó a mirarle fijamente y quizá boquiabierta. Entonces no había sabido qué decir y ahora, en el diván, se le ocurrió una respuesta: « ¿Cincuenta y nueve? ¡Jack, tienes sesenta! Es lastimoso, es banal».

Este es el marco en que el autor, una de cuyas características más notables es la de poner a los personajes de su novelas en situaciones límite, inicia el desarrollo de la trama.

¿Cómo reaccionamos cuando nuestros principios, convicciones morales e ideológicas, entran en crisis porque hay algo que emocionalmente no podemos aceptar? ¿Cómo hacer compatible nuestra coherencia con el sentimiento de abandono, humillación o desprecio cuando alguien nos pone a prueba lanzándonos un reto imposible de conciliar?

Mientras discute con Jack, su marido, Fiona no tiene otro argumento que la impotencia, la sensación de que va a quedarse sola y su propia autoestima dañada, para oponerse a la pretensión de su marido. En paralelo, va repasando mentalmente algunos casos que ha tenido que resolver en su calidad de jueza. Por ejemplo, el de permitir que uno de dos mellizos muriera como única solución médica para que el otro pudiera salvarse.

Citando al juez Ward, Fiona recordaba a todas las facciones en las primeras líneas de su sentencia: «Este tribunal es un tribunal de Derecho, no de moralidad, y nuestra tarea ha consistido en buscar, y nuestro deber es aplicar después, los principios pertinentes de la ley a la situación que analizamos y que es única».

Los prejuicios, en la mayoría los casos religiosos, pesando como losas en las decisiones judiciales, oponiendo la razón divina a la lógica de una sociedad laica, generando todo tipo de problemas morales en el intento de hacer valer la ley de la teología sobre el derecho civil.

Estas semanas intensas le dejaron marca, y apenas se había borrado. ¿Qué le había preocupado exactamente? La pregunta de su marido se la hacía ella misma, y ahora él esperaba una respuesta.
Antes del juicio había recibido un alegato del arzobispo de Westminster, católico romano. Fiona dedicó un párrafo respetuoso de la sentencia a consignar que el arzobispo prefería que Mark muriera junto con Matthew a fin de no interferir en los designios de Dios. No la había sorprendido ni inquietado que los clérigos quisieran eliminar la posibilidad de una vida significativa para sostener un postulado teológico

¿Y no también nuestros prejuicios los que nos llevan a oponernos a la lógica cuando algo muy personal nos afecta? ¿No se resquebraja todo el armazón intelectual sólidamente construido cuando alguien nos plantea algo que pone en peligro nuestra aparente seguridad?

El clic del vaso de Jack contra la mesa de cristal le devolvió a la habitación y a su pregunta. Él la miraba fijamente. Aunque ella hubiera sabido formular una confesión, no se sentía con ánimos para hacerla. Ni para mostrar debilidad. Tenía trabajo que hacer, terminar la última parte de la sentencia, y le esperaban los ángeles. La cuestión no era su estado de ánimo. El problema era la elección que estaba haciendo su marido, la presión que estaba ejerciendo. De pronto volvió a enfurecerse.

En medio de esas turbulencias, Fiona es requerida para tomar una decisión de urgente sobre un chico de 17 años, aún menor de edad, que sufre de un cáncer y necesita ser operado sin dilación. Sus padres, testigos de Jehová, y el propio muchacho, se oponen a una imprescindible transfusión de sangre que los médicos necesitan hacerle.

Se abre aquí la parte más dramática de la trama. En el proceso de toma de decisiones, Fiona tendrá que hacer frente a situaciones inesperadas y su relación con el muchacho la llevará a vivir una situación límite y a descubrir aspectos de su personalidad que permanecían completamente ocultos.

La prosa incisiva del autor casi nos obliga a tomar partido, a interrogarnos a nosotros mismos sobre nuestras seguridades y la fortaleza relativa de los pilares sobre los que sustentamos nuestras convicciones y el acontecer de nuestras propias vidas.

—Era el muchacho más dulce del mundo —susurró—. Quería venir a vivir con nosotros.
— ¿Nosotros?
Jack Maye había llegado a la mayoría de edad en los años setenta, en medio de todas las corrientes intelectuales de la época. Había enseñado en una universidad durante toda su vida adulta. Lo sabía todo sobre lo ilógico del doble rasero, pero el conocimiento no le protegió. Fiona vio en su cara la ira que le tensaba los músculos de la mandíbula, le endurecía los ojos…
—Pensaba que yo podía cambiarle la vida. Supongo que quería convertirme en una especie de gurú. Pensaba que yo podía… Era tan serio, estaba tan hambriento de vida, de todo. Y yo no…
—O sea que le besaste y quería vivir contigo. ¿Qué intentas decirme?
—Le rechacé. —Movió la cabeza y por un momento no pudo hablar.


Algo ha invertido el orden de los factores. Ya ninguno de los dos será el mismo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario