NOTAS SOBRE “LA FIESTA DEL TEDIO” DE ELISA RODRÍGUEZ COURT.
Tras
una ruptura amorosa, aún con las secuelas del naufragio, en una habitación
blanca una mujer “coge
el tiempo en sus manos” y reflexiona sobre lo ocurrido.
La fiesta del tedio, tercera novela de
Elisa Rodríguez Court, no es, sin embargo, una narración lineal. La ruptura de
la relación amorosa no es sino el pretexto del que se vale la autora para de
manera fragmentaria conjeturar sobre la vida misma.
Supe y no supe lo que iba a ocurrir. Me he
dado cuenta después de tomar el tiempo en mis manos. La narradora, que es a
la vez uno de los dos personajes principales de la obra, va refiriendo en
primera persona aspectos de la relación ahora rota. No para saldar cuentas, no
para justificarse, sino más bien como un ejercicio de recomposición personal
que le permita “coger aire” para seguir.
A lo
largo de la novela, el otro miembro de la pareja es interpelado constantemente.
Alusiones y diálogos en diferido que sirven de ejemplificación a la hora de
encarar sentimientos y sensaciones que sobrepasan la relación en sí.
Él y yo nos miramos un instante mientras los
demás se quitan la palabra. En ese cruce de miradas me parece que se concentra
la comunicabilidad de dos soledades”. El fantasma de la soledad que conduce
a la búsqueda de un modo de conjurarla pese al presentimiento de que tampoco
esta vez resultará.
Un
espacio constreñido, casi claustrofóbico, una habitación blanca, es el marco en
que tiene lugar el ejercicio de reflexión y recomposición antes señalado:
Todo blanco y en silencio, como un aviso de
la vida que transcurre para cesar.
Un
proceso tan necesario como doloroso a través del cual se van diseccionando las
distintas etapas de la relación. Desde unos inicios prometedores a la aparición
de los primeros síntomas de resquebrajamiento con una fase final que se
prolonga pese a la evidencia de que la ruptura es ya irreversible.
En la
etapa inicial descubrimos cómo el arte, en concreto la literatura, será un
punto de unión y fortalecimiento en la relación de la pareja. Ambos comparten
la afición por la lectura y ambos son lectores empedernidos para los que la
literatura no es únicamente un entretenimiento sino algo trascendental en su
manera de entender la vida.
Cuánto tiempo dedicado a la lectura durante
aquellos meses. Cuántas conversaciones en torno a la literatura, epicentro del
amor y asimismo de lo que vino después, creo. No niego que él fue para mí un
gran maestro…Leo y escribo para mí, en privado. Un sinfín de escritores me
acompaña en este trayecto ciego. Sin ellos estaría aún más sola.
Una
característica en la obra de la autora es, al igual que ocurre con Roberto
Bolaño, Enrique Vila-Matas o Ricardo Piglia, la de hacer de la literatura un
elemento esencial en el proceso creativo. Por eso, no es extraño que en la
novela los diferentes tempos de la relación estén jalonados por alusiones a
autores y pasajes concretos de sus
obras. Entre esos autores sobresale la figura de la escritora brasileña
Clarice Lispector a cuya memoria está dedicada.
Esta
característica “la heredará” la narradora que declara su firme y decidida apuesta por una lectura activa, intertextual y vinculante.
Procuro ayudarme de un cuaderno donde anoto
citas robadas de los libros. Me inspiro en ellas. A veces las uso y no menciono
sus fuentes. Va siendo hora de cobrarles, como lectora empedernida que soy,
algún peaje a los escritores. ¿Qué sería de sus obras si no existiera la figura
del lector? El autor, además, muere cuando nace el lector.
Dos
posturas se contraponen entre los miembros de la pareja. A ella le molesta que
él trate de mitificar el inevitable fracaso para justificar su inacción y atonía. Le parece que teoriza sobre el
mismo para, de algún modo, darle un sentido heroico a su pasividad.
Este
hecho, que en los inicios de la relación no parece representar un impedimento,
se irá manifestando como crucial en el paulatino deterioro de la convivencia. Lo que inicialmente el
enamoramiento “perdona” terminará por pasar factura.
Quería vivir en lo atonal. Eso dijo. Se
expresaba con frecuencia de una manera bastante críptica. ¿Has leído, me
preguntó, La pasión según G.H.? Debió de percibir cierta extrañeza en mi cara.
Sí, chica, de Clarice Lispector. Te gustará. Me habló de esta escritora brasileña
que yo aún no conocía.
Esto
es significativo porque la relación de poder que se establece al
principio, en la que uno hace de Pigmalión y la otra de aprendiz, irá dando paso
a otra en la que la admiración es sustituida por el rencor, la burla o la
ironía.
Las discusiones se sucedieron solo en
contadas ocasiones, casi siempre por tonterías, durante los primeros meses. Al
principio, nunca. El rencor que experimenté al cabo del tiempo hacia su persona
era del todo injustificado y, sin embargo, superior a mis fuerzas.
El
intento de mitificar el fracaso dándole un sentido cuasi épico contrastará con
la visión de la narradora que, asumiendo su inevitabilidad, rechaza la
interesada teorización de su pareja.
El fracaso era para él una forma de
heroísmo. ¿Crees que es fácil fracasar? preguntó. De ningún modo, dijo, negando
con el dedo índice, y continuó con su razonamiento. Supone un trabajo enorme.
Hay que esforzarse antes por subir y subir la montaña hasta alcanzar una muy
considerable altura. Entonces, solo entonces, se entrega uno a la caída.
Expresé mi discrepancia con sus apreciaciones. Consideré muy esquemática su
idea del fracaso y se molestó un poco.
En
realidad, él ha ido adaptando interesadamente el sentido real de las obras de
Clarice Lispector a sus necesidades. Ella lo irá descubriendo en la medida en
que se vaya adentrando en la lectura y conocimiento de las obras más relevantes
de la autora brasileña.
Clarice Lispector no niega, sin embargo, el
anhelo. Despersonalizarse supone para ella una pérdida de los elementos
innecesarios, a la vez que un modo de afrontar con lucidez y valentía el
abismo. La renuncia es una revelación y la esperanza se cumple a cada instante,
escribió esta escritora que amaba un renovado contacto con la vida.
No
faltan las consideraciones autocríticas en ese duro ejercicio de inmersión.
En este lugar donde me hallo puedo
diseccionar a voluntad cualquier vivencia. No pongo en duda el carácter dudoso
de mis recuerdos. ¿Quién escribió que la memoria se comporta a menudo como un
perro estúpido al que le lanzas un palo y te trae otra cosa? La mía es un perro
salvaje que no atiende al lanzamiento del palo y exige carne cruda y sangre
caliente.
Un
estilo sobrio, un lenguaje exento de preciosismos, un modo de decir que huyendo de lo lineal apuesta por un enfoque
fragmentario, son algunos de los recursos de los que se vale la autora para
presentarnos este viaje introspectivo, de búsqueda y recomposición en el que la
propia literatura se erige en protagonista.
Un viaje hacia los mundos interiores, hacia esas
zonas en las que habitan los fantasmas de la soledad, la fragilidad, el temor,
el tedio…Tal vez con la convicción de que al verbalizarlos sus efectos se atenúan.
Un viaje de evocación y redención que se emprende en la compañía de un sinfín
de escritores que de alguna manera mitigan el sentimiento de soledad que
embarga a la narradora en la habitación blanca donde rememora lo que fue La fiesta
del tedio.